Vie. Dic 8th, 2023

Esas revoluciones instantáneas son posibles porque las redes sociales son una de las mas eficaces plataformas de transmisión de información, pero al no haber constatación de veracidad o de impacto ellas trasmiten con igual eficacia contenidos enriquecedores y contenidos destructivos. Su poder de diseminación y convocatoria es imbatible y al haber ausencia de contacto humano el llamado a la acción se transforma en epopeya fílmica en la que es fácil participar. Nadie, por supuesto, les indica a los adherentes los riesgos y nadie les cubre de las consecuencias. Así emergen como una ola de tsunami que destruye todo lo que encuentra a su paso para luego desaparecer. Y solo retornan a la comunicación publica cuando los protagonistas son arrestados por violar la ley.

Pero la marejada deja despojos y estos son la semilla de la próxima insurrección. De allí que una de las tareas urgentes sea la de iniciar el difícil camino de secar las fuentes de surgimiento de las revoluciones instantáneas que tanto daño están causando a democracias hemisféricas. Porque al igual como la consolidación de grandes consocios informativos amenazó la libertad de expresión base del sistema democrático, hoy las revoluciones instantáneas promovidas por redes sociales logran igual impacto. Walter Lippmann ya confrontó este dilema, ya que vivió el ascenso y consolidación de los consorcios informativos en Estados Unidos. El pensaba que proteger los derechos a la libertad de opinión y expresión era menos importante que proteger lo que él llamaba la “corriente de noticias” en la que se basaban las opiniones. “La protección de las fuentes de opinión”, insistió Lippmann, “es el problema básico de la democracia. Todo lo demás depende de ello”.

Por dahemont

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